Mis sujetalibros, al lado de un Señor Oscuro y un Orco temible.
Me resulta irritante encontrarme con personas estúpidas, aunque menos que comportarme yo mismo como tal.
Debería estar vacunado ya contra lo que os voy a contar. Aunque Herman Hesse, mi ídolo y casi mi padre, dejó escrito que la inteligencia es el arte de convivir con los necios, a veces me superan. Les conozco bien de cuando escribía crítica cinematográfica para la Cartelera Turia: los hay de todos los pelajes, pero había coleguitas que sólo se molestaban en hablar bien de una película si el nombre del director era impronunciable, si contenía revolucionarios mensajes de izquierda o no tenías narices de explicar cómo acababa la peli por el argumento tan enrevesado que se gastaba. A pesar de lo que me empezaba a gustar ese mundillo decidí irme el día en que, en un pub del barrio del Carmen donde nos reuníamos unos cuantos, fui objeto de mofa y rechifla por alabar la película de Stallone, Rocky. Todo fueron burlas y menosprecios por parte de una pandilla de esnobistas intelectualoides que rechazaban por sistema cualquier cosa procedente de Estados Unidos o llevara la marca Walt Disney.
Mucho Antonioni, mucho Bergman, mucho Eisenstein, mucho Bertolucci, mucho Passolini, mucho Truffaut, mucho Kurosawa, mucho Wajda, mucho Fassbinder,,,,, etc…, y a duras penas metían en nómina a Orson Welles. El único español cineasta de verdad para ellos era Luis Buñuel. A estos directores que acabo de mencionar no les discuto sus méritos artísticos ni su indiscutible originalidad ni sus aportaciones, aunque de vez en cuando fabricaban unos ladrillos que no veas. Pero tenían algo en común: todos eran grandes admiradores del denostado cine comercial americano, y más tarde o más temprano todos han ido confesándolo.
Truffaut participó en Encuentros en la Tercera Fase sólo para dar testimonio de su admiración por Steven Spielberg, el rey Midas del cine.
De los esnobistas quería hablar. De tontos llenos de prejuicios que rechazan sistemáticamente lo que huela a éxito de ventas y ensalzan siempre lo marginal y maldito.
Y ahora confieso mi pecado: hace pocos días me terminé de leer un best seller de casi mil doscientas páginas, una novela de Ken Follet , Un Mundo sin Fin ( continuación de Los Pilares de la Tierra). A mí me ha parecido una novela enorme en todos los sentidos y muy digna segunda parte, con unos personajes llenos de vigor literario y un argumento que cautiva tu interés desde las primeras páginas. Aparte está escrito por un artesano genial que sabe engarzar con precisión de orfebre diamantinas frases y además , de propina, te hace partícipe de una laboriosa investigación histórica en la que Follet se ha tenido que afanar para sumirnos de lleno en el siglo XIV, asolado por las sucesivas plagas de la terrible Peste Negra que diezmó Europa y que unos cruzados se trajeron de la palestina Jaffa. Combina muy bien la historia de sus personajes con la Historia de la época en la que vivieron, y en ningún momento decae el interés por sus peripecias. Es una novela que yo llamo caramelo, porque la degustas despacito, alargándola todo lo que puedes y que , cuando por fin la acabas, te deja con esa sensación de pérdida que se produce cuando un buen amigo te deja para siempre. Cuando un libro me gusta mucho, pero mucho mucho, no lo puedo evitar. Cierro la tapa y me quedo alelado un buen rato, como si mi vida careciera ya de sentido a partir de ese momento. Jijiji,,,, bueno, exagero, pero seguro que os habéis sentido así más de una vez vosotros, que para eso sois buenos lectores todos.
El caso es que me permití recomendarla de forma muy entusiasta en el seno de un grupo de amigos y conocidos y..saltó el bobo de turno. “¡Bah, eso de los bests sellers es para consumo de masas como las hamburguesas del McDonalds”! Como el que soltó esta prenda me consta que es un gran lector, porque le veo mucho por la Biblioteca Municipal, le pregunté cuáles eran sus autores o novelas favoritos. Y me dejó de piedra: va el tío chulo y me contesta que “ sin duda, nadie como Shakespeare ( él forma parte de un grupo teatral), y una novela que me gustó mucho fue Crimen y Castigo, de Dostoiesvky”. Algo tienen estos dos magníficos autores que les chifla a los snobs: tienen nombres raros que hay que saber pronunciar.
¡Dios los cría y ellos se juntan! ¿ Pero será tontajo el tío? Critica con aires de superioridad intelectual que esté recomendando una novela por su condición de best seller, producto para manadas según él, y me salta con un autor y una novela que , en el mundo de la literatura, fueron y siguen siendo la encarnación viva del éxito de ventas y marketing seguro. En fin, recemos por la salvación de su alma. No sé cuántos millones se han vendido de Un Mundo sin Fin, pero muchísimos más en número y en tiempo han vendido y siguen vendiendo los señores William y Fedor.
Bueno, pues yo insisto. Si queréis pasar un porrón de horas saboreando una grandísima novela muy bien escrita, muy bien documentada y con unos personajes que se salen de las páginas, no lo dudéis, leer Un Mundo sin Fin, tan sin fin como la tontería de los esnobistas.Ahí sale un personaje sin parangón: una precursora en toda regla del feminismo en plena Edad Media, toma castaña, y que en todo momento me recordaba a mi amiga Lidi .
Para estos pretorianos del buen gusto artístico, que un libro rebase de mil ejemplares vendidos, ya es sospechoso de no tener suficiente calidad. Yo hago la lectura contraria. Si de Los Pilares de la Tierra y Un Mundo sin Fin se han vendido millones de ejemplares, es que posiblemente la Humanidad tenga salvación y que la afición por la buena lectura se extiende aunque sólo sea para contrarrestar un poquillo ese materialismo consumista que nos idiotiza tanto, si bien confieso también que no estoy a salvo de los prejuicios; tengo uno y está muy arraigado en mi mente: no me creo ni media palabra de alguien que dice que , “bah Chaplin está sobrevalorado, mejor el Keaton; o Follet no tiene interés, mejor el Kennedy Toole; Hesse está pasado de moda, más intenso Murakami; o Mike Oldfield es un tostón, mejor Pink Floyd; mejor que la uva de mi pueblo, la Cabernet Souvignon; Dalí no fue nada, muy plano, mejor Tápies“. No dicen lo que sienten, sino lo dicen para diferenciarse y no se dan cuenta de que lo único que hacen es el ridículo, porque existen cosas universales que no admiten discusión, y la uva garnacha es una de ellas. Dílo tú, Lugareño. Admito que unos te gustan más que otros, pero de ahí a menospreciarlos…., sólo consiguen menospreciarse a sí mismos.
( Nota a pie de página: Me pusieron a caldo con la crítica cinematográfica de Rocky I, y me censuraron su publicación, y me largué, “ ahí os quedáis con vuestra revolución pendiente. A mí me interesa el cine y no vuestras paparruchadas pseudorevolucionarias de niños bien“ ( Es que , joder, además el único que trabajaba y estudiaba era yo. El resto vivía del bolsillo de papá). Y se lo pasaron de puta madre riéndose de mí, pero hoy en día Rocky I ( ojo, Rocky I. Rocky XXV y XXVI no) figura entre las mejores películas de la Historia del Cine según distintas valoraciones hechas por críticos de cine y directores y guionistas. Estoy seguro de que esos memos que no supieron ver los valores cinematográficos de esa película continuarán pensando igual y tendrán alguna explicación al respecto tipo…” el gusto por el buen cine ha degenerado”, jijiji…, pues que se jodan que dos de los que escogieron Rocky I como de las mejores películas de la historia del Cine fueron Fassbinder y Kurosawa y que Jean Luc Godard declaró que hubiera matado por rodar La Guerra de las Galaxias).
¡He dicho, jodeeeer!...ainsss, .... qué bien me équeáo.
Si he necesitado escribir este post es que me dolió bastante y todavía tengo esa espinita clavada. Para una crítica visionaria que he hecho en mi vida, van y me la censuran por proyanki. ¡Mecagüennn!