miércoles, 4 de julio de 2018

NO SONÓ LA FLAUTA




El juego desplegado por España en sus cuatro partidos disputados en el Mundial fue tan anodino y soporífero, tan previsible y contrarrestado de memoria que, cuando cayó eliminada contra la stalingrada defensa rusa y sus cohetes katiuskas en forma de penaltys, me quedé indiferente.

¿Desafecto patrio? Ni siquiera me he tomado la molestia de conjeturar sobre las responsabilidades individuales y colectivas de la Selección.

La sombra crepuscular de Iniesta, la invisibilidad inoperante de Silva, la mano de jugador de baloncesto de Piqué que nos costó el penalty, muy impropia de un jugador de su categoría , un lacio Calimero triste de mí en la portería, un entrenador oxidado antes de tiempo por las prisas y su nombre, un presidente federativo reo de un antimadridismo esquizofrénico que antepuso su orgullo y prejuicio y que dejó huérfanos de director espiritual a unos jugadores que idolatraban a su cesado entrenador, un Busquets haciendo de rácano frontón hacia atrás,  todos los demás que apenas aportaron nada….; son los señalados, los que arderían en la hoguera inquisitorial si los programas como El Chiringuito y temás tertulias  fueran el Santo Oficio y sus contertulios, Torquemadas.

Voy a hacer lo mismo que los jugadores. No voy a entrar en el juego. Solo se salva Isco y sus inútiles esfuerzos para encontrar a un compañero que se acordara de dónde estaba cardinalmente la meta contraria.

Cuando no hay fútbol, cuando no hay juego, cuando se olvida que el balón es una esfera nacida para cumplir a rajatabla la fórmula de la velocidad, devorando espacios en el menor tiempo posible, cuando no hay descaro, ni atrevimiento valiente, cuando se renuncia a la diversión, a la avalancha desequilibradora, a sorprender, a intentar una y otra vez encarar al contrario como nos han enseñado los mejores jugadores de la historia, cuando eso ocurre, lo siento, pero que nadie apele a mi sentido patriótico y me pida que llore por los rincones, transido de mística melancolía por caer eliminados.

Me quedé indiferente porque a mí me gusta el fútbol cuando no teme al fracaso y no la política de pasteleo que se practica en este país trasladada al campo de juego…tuya,mía..tuya, mía…tuya, mía…hasta la exasperación, hasta donde conduce todo lo que es cansino, repetitivo, obscenamente aburrido y machacón...; es decir, a ninguna parte. El fútbol hispano ha sido reflejo de nuestra política.

Lo único que no me ha dejado indiferente es la tristeza de Manolo, víctima él y su bombo de las medidas de seguridad propias de KGB. Ni sonó su bombo ni sonó la flauta para España.

Cuando termina el partido, el fútbol ya solo se alimenta de metáforas y titulares lapidarios. Y a mí se me ocurre una metáfora para terminar este post. La Roja en Rusia no ha podido ser España. En Rusia  solo se permite ser rojas a sus plazas.