
Como siempre que hablo de una película en mis Asombritos, me guardo mucho de desvelar su final, incluso su argumento, por si alguno de mis lectores no ha tenido la fortuna de verla todavía.
Así que voy a hablar de las Geishas, uno que no ha pisado Japón ni estado en Kioto, paraíso de las geishas,. Pero entre lo que he leído y las pelis que he visto y las conversaciones que he tenido con un vecino que es maestro de guitarra española y que está harto de visitar Japón, pues me voy a atrever.
Lo primero, a reconocer un error de apreciación. Siempre he pensado que “aunque la mona se vista de seda, (y aquí hay mucha seda), mona se queda“. Por mucho que quieran disfrazar la prostitución con sedas y encajes y polvos blancos para un cutis inmaculado y peinados artísticos, el mundo de las geishas para mí no dejaba de ser un invento del machismo japonés de alto nivel al servicio de su caprichosa lujuria. Antiguamente, concebido para los emperadores y nobles ; actualmente, para los ejecutivos de las grandes empresas, porque por menos de diez mil euros no te sale una velada con geishas de verdad, según relata mi vecino. Qué jodío mi vecino…
Pero después de ver la película me he replanteado todo. Primero, que las geishas deben ser muy cultas. El étimo “geisha” significa “mujer de arte”. Eso ya explica lo que significa ser geisha. Su fin primordial es entretener a los hombres con danzas, ejecución de piezas musicales y de poesía, pero sobre todo, deben estar muy bien preparadas para conversar sobre cualquier tema. Son expertas en el arte del teatro, el kabuki, con una memoria prodigiosa para recitar los tan de moda haikus, versos cortos de diecisiete sílabas. Son auténticas sacerdotisas de la estética y, sinceramente, se comete una injusticia, la cometía yo mismo, equiparándolas con la idea occidental de prostitución de lujo.
Algo que me atraía mucho en la película era observar sus gestos. Más que gestos, componían un estilo: la forma de caminar, el manejo de las mangas y la forma de inclinar el cuello hacia los lados, consiguiendo que el rostro no perdiera nunca la verticalidad.
Y lo más curioso en el entrenamiento de una aprendiz de geisha, una maiko, a cargo de una maestra o mamasán que las recluía en un régimen de semi-esclavitud, , lo constituyen unas normas concretas de comportamiento en las conversaciones que deben mantener con los hombres. Son tres normas esenciales:
- Ser amable y no abrir nunca el corazón
- Decir lo contrario de lo que se piensa si eso puede agradar al hombre
- Observar bien qué es lo que el hombre espera que se le diga, y decírselo
¿Merecen ser llamadas prostitutas por observar estas tres normas ejecutando un trabajo que se define por la estética ? Creo que no.
¿Acaso en nuestras conversaciones diarias con familiares, jefes, compañeros, vecinos y panaderos no actuamos a veces como auténticas geishas y geishos ? Yo , desde luego, ya voy aprendiendo a abrir mi corazón cada vez a menos gente y a apreciar la economía de energía que significa dar la razón a los necios.
En fin, que después de ver Memorias de una Geisha en vídeo y charlar sobre la peli con mi pareja, le pregunté sin rodeos qué le parecía realmente el papel de la geisha. Mi pareja me respondió así:
- ¿Qué le gustaría escuchar como respuesta al señor?… ¡
- Bueno, ya que estás tan complaciente, preferiría que me recitaras en modo susurro y con sentimiento haikus de copos de nieve y sauces o algo verde
- “¿qué te parece éste? : “mi señor marido se puede ir a freír espárragos“. Tiene diecisiete sílabas y sale una herbácea.
( ¡la madrequelaparió !)
Realmente, aunque las respete, no me gustaría estar casado con una geisha. Prefiero a una mujer que me baje de las nubes diciéndome cosas que no quiero oír y me mande a freír espárragos de vez en cuando.
Preciosísima banda sonora: