El juego desplegado por España en sus cuatro partidos
disputados en el Mundial fue tan anodino y soporífero, tan previsible y
contrarrestado de memoria que, cuando cayó eliminada contra la stalingrada
defensa rusa y sus cohetes katiuskas en forma de penaltys, me quedé
indiferente.
¿Desafecto patrio? Ni siquiera me he tomado la molestia de
conjeturar sobre las responsabilidades individuales y colectivas de la
Selección.
La sombra crepuscular de Iniesta, la invisibilidad
inoperante de Silva, la mano de jugador de baloncesto de Piqué que nos costó el
penalty, muy impropia de un jugador de su categoría , un lacio Calimero triste
de mí en la portería, un entrenador oxidado antes de tiempo por las prisas y su
nombre, un presidente federativo reo de un antimadridismo esquizofrénico que
antepuso su orgullo y prejuicio y que dejó huérfanos de director espiritual a
unos jugadores que idolatraban a su cesado entrenador, un Busquets haciendo de
rácano frontón hacia atrás, todos los
demás que apenas aportaron nada….; son los señalados, los que arderían en la
hoguera inquisitorial si los programas como El Chiringuito y temás
tertulias fueran el Santo Oficio y sus
contertulios, Torquemadas.
Voy a hacer lo mismo que los jugadores. No voy a entrar en
el juego. Solo se salva Isco y sus inútiles esfuerzos para encontrar a un
compañero que se acordara de dónde estaba cardinalmente la meta contraria.
Cuando no hay fútbol, cuando no hay juego, cuando se olvida
que el balón es una esfera nacida para cumplir a rajatabla la fórmula de la
velocidad, devorando espacios en el menor tiempo posible, cuando no hay
descaro, ni atrevimiento valiente, cuando se renuncia a la diversión, a la
avalancha desequilibradora, a sorprender, a intentar una y otra vez encarar al
contrario como nos han enseñado los mejores jugadores de la historia, cuando
eso ocurre, lo siento, pero que nadie apele a mi sentido patriótico y me pida
que llore por los rincones, transido de mística melancolía por caer eliminados.
Me quedé indiferente porque a mí me gusta el fútbol cuando
no teme al fracaso y no la política de pasteleo que se practica en este país
trasladada al campo de juego…tuya,mía..tuya, mía…tuya, mía…hasta la
exasperación, hasta donde conduce todo lo que es cansino, repetitivo,
obscenamente aburrido y machacón...; es decir, a ninguna parte. El fútbol
hispano ha sido reflejo de nuestra política.
Lo único que no me ha dejado indiferente es la tristeza de Manolo, víctima él y su bombo de las medidas de seguridad propias de KGB. Ni sonó su bombo ni sonó la flauta para España.
Cuando termina el partido, el fútbol ya solo se alimenta de
metáforas y titulares lapidarios. Y a mí se me ocurre una metáfora para
terminar este post. La Roja en Rusia no ha podido ser España. En Rusia solo se permite ser rojas a sus plazas.