lunes, 26 de febrero de 2018

FORGES



Forges, además de hacernos amistosa compañía todos los días, nos hacía inteligentes.

Me enorgullecía apreciar el sabor de su talento, de su corrección atrevida, de su humor agridulce pero no bilioso, era tierno muchas veces. Sus viñetas se llenaban de naturaleza humana. Era el Dickens y el Charles Chaplin de las viñetas gráficas. Rescataba de lo cotidiano todo lo que resultaba surrealista y lo trasladaba a nuestro entendimiento con creatividad, ingenio y complicidad.

Nos hacía inteligentes.

Pero aquella mañana, frente a su viñeta diaria, mi inteligencia se estrelló contra un muro de incomprensión. Por mi madre que no entendía nada. Era una viñeta sin su típico bocadillo de texto, sin palabras. En primer plano, una "titi" en bikini, sujetándose la nuca con la mano para realzar sus encantos, con esa narizota, con esas pestañas lacadas, el equivalente de la tía buena en su universo de personajes. En primer plano, el bellezón en bikini. Y detrás, la Torre de Pisa. Nada más.

Por mucho que miraba y analizaba la viñeta, no conseguía entrever dónde estaba la gracia ni el mensaje. No era posible. Con Forges, siempre era inteligente..., pero, en esta ocasión, no conseguía entender nada y me dejó desarmado ante mi cabeza de chorlito. Cuando estaba a punto de tirar la toalla, vencido, me percaté del detalle. Gracias a Dios, Forges me devolvía al mundo de la inteligencia. ......La Torre. De Pisa, ...detrás de la titi posando sugerentemente sexi....No estaba inclinada. Estaba recta, o para ser más exactos, ...erecta. Me reí muchísimo de mí mismo.

Ese era su principal valor artístico: Forges era esa clase de compañero de viaje, de amigo, que conseguía que te sintieras bien en medio de la mediocridad y que te situaba un peldaño más por encima.

Sin él, seremos más vulgares.

viernes, 9 de febrero de 2018

ANTONIO MUÑOZ MOLINA



Lugar donde me bebí en tres días su Jinete Polaco. La Puntilla del Puerto de Santa María

Acabo de leer LA VIDA POR DELANTE, de Antonio Muñoz Molina

Siempre me sacia el apetito de familiaridad que celebro en cualquier lectura y me adiestra en la manera de imaginar las cosas. Escribe siempre con la emoción de su verdad, una verdad que, a menudo, traslada a orillas contrarias en un honesto intento de no descartar que , quizás, esté equivocado.

Me identifico mucho con lo que escribe. Me llega hasta el fondo su apacible arte narrativo, su contenida fascinación por todo lo que es belleza, evocación sentimental y reverencia a la palabra.

Todavía me estremece recordar la emoción con que celebré nuestro primer encuentro: la lectura de su  emocionante JINETE POLACO. Ningún libro ha conseguido sacar una foto en blanco y negro tan nítida sobre mí mismo, el hallazgo de una íntima compenetración con todo lo que relataba. Infatigable rescatador de recuerdos náufragos y siempre contra la carcoma del olvido con la sola ayuda de una prosa exquisita, concisa, donde la claridad y la reflexión siempre van cogidas de las manos.

Él me enseñó que el principal valor del arte consiste en su poder de compartir confidencias que no necesitan demasiadas explicaciones para sentirlas como propias.

Me siento muy agradecido por las innumerables horas de lectura mansa y edificante que me ha regalado.