Esta bella sirena la podréis encontrar en Santander, cerca del Palacio de la Magdalena. Es obra y gentileza de un amigo mío que trabaja en la KGB......La foto es preciosa y está muy lograda
.- "Esta chiquilluca me va a matar a disgustos. ¿ Por qué no puede ser como las demás chicas? Bordar, aprender cocina, pasear con las amigas atenta a los requiebros de los mozos del pueblo, buscar novio..¡que cruz, qué cruz, Dios mío!. ¡Le va a salir cola de pez!
Y es que a la chiquilluca nada le gustaba más que explorar los peligrosos acantilados, escarpados como dientes de tiburón, sentir en su piel el estallido de la espuma de un oleaje que no disimulaba sentirse atraído por la bravura de la chica.
.- ! Así permita Dios del cielo que te vuelvas pez..!...exclamaba presa de angustia la atribulada madre cada vez que salía de casa en dirección a los acantilados. Al cabo, la chiquilluca volvía siempre feliz, con su capacho lleno de estrellas de mar y de erizos y su corazón mojado de salitre.
Una noche de San Juan, la linda chiquilluca sintió una increíble transformación en su cuerpo, y vio crecer una larga y radiante cola de pez mientras escalaba farallones. Por cada ola que estallaba contra las rocas crecía y crecía más la cola de pez y sin miedo se arrojó al mar mientras una densa niebla envolvía un dulce cántico que todo el pueblo pudo escuchar. El cántico era de la chiquilluca convertida ya en sirena y así demostraba su alegría por formar parte ya de un ansiado universo desconocido y fascinante.
Su madre aumentó sus lamentaciones creyéndose culpable de haber lanzado una maldición contra su hija cuando lo único que quería era quejarse amargamente por la temeridad suicida de su hija.
El rey Lantarón, que gobierna sobre todas las criaturas del Cantábrico, se apiadó del pesar de aquella madre y dispuso que aquel pescador que capturara a la Sirenuca, con ella podría desposarse tras recobrar su apariencia humana.
Pasaron muchos años y se convirtió en un mito célebre, porque en las raras ocasiones en que la Sirenuca se dejaba ver, todos los testigos pudieron comprobar cómo el mar había esculpido sobre ella una belleza increíble
El pescador más tenaz y habilidoso consiguió otra noche de San Juan prender a la Sirenuca en una red tejida con corales.
Se cumplió así el dicterio del rey Lantarón y la Sirenuca volvió a transformarse en humana. Poco más tarde, en medio de un gran festejo popular, se celebraron los esponsales.
Al principio fueron felices, pero pronto la chiquilluca volvió a las andadas. No podía resitir el bramar lejano del océano cuando recordaba a la Tierra quién manda en este planeta. Mientras los lugareños escuchaban un booorrrommgg enfurecido que les atemorizaba y les hacía embozarse en la cama y encogerse de temor, la chiquilluca oía una canción de amor.
Ignoraba que el rey Lantarón advirtió severamente a su marido..." no dejes que nunca encuentre el espejo de nácar con el que se mesaba el pelo. Si alguna vez lo encuentra, la perderás.."
El enamorado pescador buscó el más profundo escondrijo en la grieta de un acantilado, y allí dejó oculto el espejo de nácar sin sospechar que la chiquilluca continuaba con su costumbre temeraria de desraizar erizos y estrellas de mar de allí donde nadie más se atrevía, hasta que un día, con gran sorpresa, descubrió en lo profundo de una roca ostionera su querido espejo de nácar. Quiso comprobar si seguía conservando la misma belleza de antaño y al verse reflejada en su cristal empezó a sentir cómo de nuevo le crecía una esplendorosa cola de pez.
Miró atrás en dirección al pueblo, donde le aguardaba un amante y fiel marido, al igual que su protectora madre, y antes de lanzarse al mar de un grácil salto, no pudo reprimir una aguda punzada de pena por el dolor que provocaría su abandono.
Pero fue una pena breve. Duró lo que tardó en sentir sobre su piel agradecida el frescor de la aventura que la enfrentaría a corrientes traicioneras y amenazas insospechadas, pero sobre todo los peligros, agradecida por sentirse de nuevo formando parte del maravilloso y sorprendente mundo que más le gustaba y que le hacía ligera...., ligera como un pez en el agua.
"Cierto tipo de amor resulta adecuado para los mullidos almohadones de un claro crepuscular. Otro resulta natural en el desorden de las sábanas de una cama estrecha en el último piso de una posada. Cada mujer es como un instrumento, y espera que la entiendan para por fin hacer sonar su verdadera música.”
Pasaje de:
Rothfuss, Patrick. EL TEMOR DE UN SABIO