Después de cinco años en una institución masculina escolar estudiando FP, amasando un romanticismo totalmente anacrónico ya por esas fechas por culpa de Galdós y Hesse, recalé al fin en un instituto mixto donde al fin poner en práctica mi refinada facilidad para enamorarme a primera vista de la primera compañera que me recordase a Marianela, Fortunata, Jacinta o Gertrudis.
Antes había sucumbido al tímido enamoramiento adolescente hacia una compañera de trabajo, pero supongo que los horarios dispares y el hecho de verme trabajar en pantalón corto con flecos escoceses no contribuía mucho al atrezzo indispensable para el desarrollo de una buena historia de amor.
Con el tiempo, este amor adolescente se convirtió en lo que es hoy día: un vínculo de amistad y complicidad indestructible, aderezado por el condimento de un pasado común en una fase de la vida que te convierte en lo que vas a ser para el resto de ella.
.- Qué valientes fuimos, Luis
.- Qué valientes, ya lo creo, Conchi
...huerfanitos trabajando para sus respectivas familias numerosas, fuimos con catorce años los últimos vestigios de la literatura dickensiana.
Tras nueve años hombro con hombro sudando la gota gorda en ese horno industrial e infernal donde, sin embargo, fui tan feliz, la vida comenzó a hacer de las suyas y separó nuestros destinos como el que corta una sandía por la mitad.
A otro nivel, en el escolar, y atolondrado perdido como estaba, quise probar la clase de amor que había descubierto en las grandes novelas que por entonces empezaba a devorar con hambre sentimental atrasada. Y cómo no, caí redondo al primer día de clase en el instituto mixto debido a un problema congénito al parecer incurable: el amor a primera vista me convierte en una de sus víctimas predilectas. Tengo cincuenta y dos años y todavía voy por la vida con tal carga de estupidez colgando de mis alforjas sentimentales que el platonismo amoroso hace conmigo pim-pam-pum-fuego cada vez que quiere. Menos mal que mi pareja hala de la cuerda y no deja que el hombre-globo se pierda entre nubes
¡La de amores platónicos que han convertido mis sueños en una deliciosa y penosa cárcel! Y lo mucho que me ha costado con alguno de ellos zafarme de su obsesión. Pero, al final, puede más mi rebeldía a dejarme dominar por ningún vicio, por niguna obsesión, por ningún espejismo y por ahí me libro de acabar convertido en una piltrafilla humana.
¿Cómo no iba a fijarme en su reluciente cabellera rubia, en sus ojos grises, en sus formas tan volubles, en su sonrisa radiante y en esos labios de caramelito? Lo de los labios en las mujeres me lo tengo que hacer mirar por un médico. Era de una esbeltez deslumbrante. Se llamaba Marina y cometí el error de mirarle a los ojos, cayendo fulminado al instante.
Por si fuera poco, al término de una clase, va y se le ocurre la temeridad de alimentar mi ego de machito vanidoso...."oye, que me ha gustado mucho tu redacción" . Ya no me acuerdo de qué iba la redacción, psshh, alguna redacción sobre cualquier cosa en la que lo único que había que demostrar era que sabías juntar tres frases, porque por entonces de lo único que entendía era de hacer ensaimadas y panquemados.
¡La jodimos! Me pasé las semanas siguientes aturdido por su cercanía en clase, afiebrado, ardiendo cada vez que me miraba con ráfagas arrebatadoras. Comencé a desarrollar el arte de imaginar las cosas, sorprendido por ese virtuosismo infuso que me había regalado la madre naturaleza y que domino hasta el punto de que soy capaz de programar mis sueños nocturnos. Si no queréis creerme, no lo hagáis, pero os digo que esta facultad la domino como Pavarotti dominaba un aria, y también os digo que , sin llegar a ser una maldición, tampoco es un dulce, porque por mucho que duerma y sueñe el reloj no entiende de otras vidas, otros mundos, y su cabrona alarma no perdona.
Me tenía loco esta niña. Al cole me llevaba la pasta y el cepillo de dientes por lo que pudiera pasar. Todo el día masticando pippermint. Así pasaron varias semanas más hasta que en un recreo Marina se me acercó y sin anestesia me dijo que quería que acudiera por la tarde a tal hora a un sitio concreto del polígino industrial de Alboraya
¡Así que iba a ser en un desierto polígono industrial donde íbamos a probar por fin las mieles del amor apasionado, donde se estrenarían nuestras impacientes y atrevidas caricias, donde estremeceríamos nuestros cuerpos hasta destilar elixir de dioses! ..Me admiré de la capacidad logística de Marina. Sin duda, era el sito más discreto y apropiado: un picadero en toda regla.
Conmovido hasta los huesos y devorado por la impaciencia transcurrieron las siguientes horas hasta el encuentro. Estaba como derribado por un sentimiento cortante e indómito como una espada que me llenaba de sangre caliente la boca, sepultado bajo toneladas de amor idealizado. Mi destino era Marina y estaba trazado desde nuestro nacimiento.
Cuando acudí más que puntual a la cita ya ella me estaba esperando. Un río de lava ardiente me recorrió por dentro, me flaquearon los huesos y el reflejo de su cabellera me quemaba los ojos: estaba definitivamente preparado para sumergirme en la perdición de lo inevitable, en lo que los siglos llevaban preparando desde el origen de los tiempos.
Me cogió de la manó.., me condujo hasta una pequeña puerta lateral de la gran nave industrial, me hizo pasar dentro y..........................................................................., sentados en círculo se hallaban unas veinte personas de todas las edades que hicieron coincidir sus miradas sobre mi persona al entrar
.- Este es mi compañero Luis Fernández del que ya os he hablado, el que trabaja por las noches.."
Acto seguido, me ofrecieron una silla y me invitaron a formar parte del círculo.
Las siguientes dos horas me las tiré cantando "Señor, me has mirado a los ojos..." y " Hoshanna, gloria al Señor" y otras salmodias parecidas, entre miradas iluminadas, sonrisas beatíficas y tocando las palmas como Peret de vez en cuando.
¡Luis Fernández quería morirse, qué desastre!..¡La madre que parió a Marina!
Creo que repudio todas las religiones desde entonces. Essaldir nos comentaba que, ante las experiencias terribles, tenemos que esforzarnos en encontrar sentidos prácticos o, al menos, espirituales.
Por mi parte bien que lo hice, porque descubrí que los amores platónicos son todos una putada, y aunque de vez en cuando sigan asaltando mi imaginación calenturienta, no pierdo de vista que son, ante todo, una broma de mal gusto, una p-u-t-a-d-a. Mi tiré el resto del curso evitando a Marina y después de esa experiencia mariana estuve mucho tiempo sin mirarme al espejo y creo que, tanto tiempo después, aún se nota la cara de pendejo y de imbécil que se le ha quedado a Luis Fernández de forma indeleble desde esa tarde de mayo de 1978 en el polígono industrial de Alboraya, el pueblo de la horchata valenciana.
¡Y tanto que se me quedó la sangre de horchata coagulada y la chufa chafá!